Está medio dormida.
La veo bostezar en medio del silencio.
Barbilla sobre mano y codo en la ventana.
Es pronto y el calor del ambiente abruma.
Vemos verde; paisajes que se acercan a unos 100km/h saludando y se van de golpe.
Una estación, dos, tres...
Fuera hará frío, lo sé.
Podemos ver el color gris del cielo y la fina niebla que salvaguarda los prados.
Estamos tan bien resguardados.
Somos espectadores de una explosión de tonalidades frías y de ramas deshojadas que contrastan en medio de un folio de papel reciclado.
Sólo se oye el motor; un sonido suave y cautivador.
Pura música para trabajadores y viajeros que van y vienen constantemente.
El tren se para.
Unos bajan, otros suben y continúa la película.
Casas, prado, bosque, de nuevo prado, bosque, stop.
Somos felices en nuestra representación, en nuestra rápida sucesión de diapositivas.
Parece que volvamos a la época del cine mudo con tal rapidez en la imagen y tal escasez de audio.
La pianola es el motor y el sonido de los raíles cuando el maquinista comienza a aminorar el paso, dándonos tiempo para despedirnos al menos de aquellos lugares que más adelante no volveremos a ver.
Apoya la mejilla en la ventana y cierra los ojos.
Sé lo que imagina.
Desea sentir el gélido cristal en su cara para creer que se encuentra fuera.
Se cree que recorre esos prados que se han sucedido ante sus ojos.
Nos imagina fuera corriendo y revolcándonos como niños con la nariz y las mejillas color cereza.
Seguro que quiere que la abrace, pero ya no dice lo que siente.
Hace tiempo que intenta engañarse y autoconvencerse de que no necesita afecto.
Ha sufrido.
Se nota cuando calla y no levanta la vista.
Quiere ser fuerte, independiente; por eso no la abrazo.
Respeto que evite la debilidad.
Despega la cara de la pantalla, la tiene pálida como el paisaje.
Yo también cierro los ojos y me invade desde los párpados hasta la boca del estómago una corriente que baja, sube y da vueltas alrededor de mi pecho como si estuviera bailando una danza indígena.
Siento como esos microscópicos primitivos invocan a mis sentimientos.
Parece que bailen la danza de la lluvia, pues me incitan a llorar.
Respiro hondo y abro los ojos.
Ella sigue mirando por la ventana, ausente del mundo sensible.
Vivimos en esta cueva rodeada de sombras engañosas, pero nuestra alma y nuestra mente se encuentran fuera, ante la luz de las ideas.
Y es por eso que somos seres aparentemente sin vida.
Nos movemos a duras penas por la cueva y tropezamos porque aquello que nos guiaría mínimamente en las tinieblas no está aquí, sino fuera.
Me gusta viajar en tren con ella.
Nadie me contradice tanto ni me hace reflexionar tanto sin siquiera despegar los labios.
Ella es increíble y es frustrante que nadie más nos entienda.
Somos una, y esta conexión no es posible con nadie más.
Llegamos a nuestro destino, me levanto y me voy.
A la vuelta seguimos hablando.
domingo, 19 de febrero de 2017
Reflexión sobre el lenguaje y la política
¿Por qué hay que recurrir a un lenguaje pomposo y artificial para que te consideren más inteligente y una persona más seria? Las posibilidades de nuestro vocablo son infinitas. Sin embargo, parece dársele más importancia a aquel que deforma el lenguaje cotidiano a favor de la ambigüedad y la ocultación. Pues bien, ese lenguaje sobrecargado de términos a menudo desconocidos y enrevesados, no debería ser visto como superior al propio lenguaje cotidiano. Es decir, el lenguaje cotidiano es directo y dice exactamente lo que quiere decir y, por el contrario, el lenguaje "elevado" es puro artificio y esconde una serie de opiniones y elementos mediante el vocabulario forzado y la retórica. Este es el vocabulario que utilizan los políticos y todo el mundo les toma en serio, "hablan tan bien que lo que dicen debe ser cierto". Utilizan cultismos, anglicismos y otro tipo de "ismos" para decir algo que parezca inteligente, serio, elegante y formal cuando, realmente, a menudo tras toda esta retahíla antinaturalista, después de haber convencido a las masas, las personas con un poco más de interés y capacidad crítica reflexionan y llegan a la conclusión "¿Realmente en sus 2 horas de entrevista ha respondido a alguna de las cuestiones o ha dado algún tipo de aclaración?".
El lenguaje elevado es, a menudo, la forma de expresarse de la gente con clase y cultura, la cual no puede/quiere molestarse en hablar como el pueblo y, por otro lado tenemos a nuestros adorables políticos, los cuales han escogido este lenguaje elevado propio de una novela literaria y le han dado forma hasta quitarle contenido. De Platón o Aristóteles no habrán aprendido, pero la teoría de los Sofistas la han seguido al dedillo y las masas siguen aplaudiendo a sus palabras vacías y a sus bolsillos llenos. ¿Cuándo va a alzarse el pueblo y protestar por sus derechos?, ¿Cuándo va a terminar esta triste novela picaresca propia de personajes como Till Eulenspiegel o Lázaro de Tormes?. ¿Necesitamos que el Presidente del Gobierno marque un gol para levantarnos?
El lenguaje elevado es, a menudo, la forma de expresarse de la gente con clase y cultura, la cual no puede/quiere molestarse en hablar como el pueblo y, por otro lado tenemos a nuestros adorables políticos, los cuales han escogido este lenguaje elevado propio de una novela literaria y le han dado forma hasta quitarle contenido. De Platón o Aristóteles no habrán aprendido, pero la teoría de los Sofistas la han seguido al dedillo y las masas siguen aplaudiendo a sus palabras vacías y a sus bolsillos llenos. ¿Cuándo va a alzarse el pueblo y protestar por sus derechos?, ¿Cuándo va a terminar esta triste novela picaresca propia de personajes como Till Eulenspiegel o Lázaro de Tormes?. ¿Necesitamos que el Presidente del Gobierno marque un gol para levantarnos?
domingo, 5 de febrero de 2017
Me gusta el café
Me gusta el café porque sabe a melancolía.
Ese café oscuro, amargo, de tardes frías.
Es tan simbólico.
Le pongo dos cucharaditas de azúcar, para hacer mi día más dulce, y mucha leche para quitar del todo la amargura de su sabor y el triste color negro.
Sé que así no es tan "café", pero queda tan suave y es tan agradable.
El café es mi respiro, mi "déjalo estar", así que no quiero un chupito, quiero una taza enorme que me dé para pensar en otra cosa unos minutos.
Bebo café y miro por la ventana imaginando universos imposibles y caminos que se cruzan y se vuelven a alejar.
Me acuerdo de ti, de cuando bebíamos café.
Por aquellos días el café era por la mañana.
Abría los ojos y ahí estabas tú.
Preparábamos café con azúcar y mucha leche en tazas enormes.
Nos gustaba disfrutar de las pequeñas cosas a lo grande.
A veces te llevaba yo el café a la cama, otras veces lo hacías tú.
Entonces me pongo aún más melancólica, suspiro, y pienso "¿por qué nos hacemos esto?"
Me gusta el café porque sabe a melancolía, a ti.
Y cuando termino mi taza siempre queda ese sabor dulce al fondo por el azúcar que no se diluyó.
Ese último recuerdo dulce y después la taza vuelve a estar vacía.
Siempre quiero más café cuando termino, pero no puedo tomar más, sino altero mis nervios.
Ojalá pudiéramos tomar todo el café que quisiéramos, ¿verdad?
Me gusta el café porque no es sólo café, eres tú.
Ese café oscuro, amargo, de tardes frías.
Es tan simbólico.
Le pongo dos cucharaditas de azúcar, para hacer mi día más dulce, y mucha leche para quitar del todo la amargura de su sabor y el triste color negro.
Sé que así no es tan "café", pero queda tan suave y es tan agradable.
El café es mi respiro, mi "déjalo estar", así que no quiero un chupito, quiero una taza enorme que me dé para pensar en otra cosa unos minutos.
Bebo café y miro por la ventana imaginando universos imposibles y caminos que se cruzan y se vuelven a alejar.
Me acuerdo de ti, de cuando bebíamos café.
Por aquellos días el café era por la mañana.
Abría los ojos y ahí estabas tú.
Preparábamos café con azúcar y mucha leche en tazas enormes.
Nos gustaba disfrutar de las pequeñas cosas a lo grande.
A veces te llevaba yo el café a la cama, otras veces lo hacías tú.
Entonces me pongo aún más melancólica, suspiro, y pienso "¿por qué nos hacemos esto?"
Me gusta el café porque sabe a melancolía, a ti.
Y cuando termino mi taza siempre queda ese sabor dulce al fondo por el azúcar que no se diluyó.
Ese último recuerdo dulce y después la taza vuelve a estar vacía.
Siempre quiero más café cuando termino, pero no puedo tomar más, sino altero mis nervios.
Ojalá pudiéramos tomar todo el café que quisiéramos, ¿verdad?
Me gusta el café porque no es sólo café, eres tú.
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