domingo, 28 de mayo de 2017

Povera Beatrice

Ella ama la libertad.
Sueña con dejar caer los párpados y echar a volar.
Ella es un alma oprimida por su propia voluntad.
Sueña con viajes a solas,
con cenas en compañía de su silencio bajo la luz de la luna.
Pero no lo hace.

Desea ser libre y, de algún modo, lo es.
Pero no quiere estar sola.
Desea algo que no sabe afrontar.

Y así pasa sus días enjaulada con el espíritu apagado,
con la mirada caída y el cuerpo cansado.
No quiere soledad, pero no soporta a la sociedad.
Por culpa de su hipersensibilidad se ha vuelto un tanto crítica, antisocial e irónica.

No soporta a la gente,
y sabe que la gente no la soporta a ella;
y eso, duele.

Ella encontró a la única persona que le daba fuerza, ganas de vivir.
Un ser con la capacidad de alzar sus pómulos.
Con la capacidad de darle brillo a su profunda oscuridad.

Ella comenzó a creer de nuevo en la vida,
y se entregó a los placeres más banales olvidando sus sueños individuales,
pensando en la comunidad.

Ella volvió a ser abandonada,
su cuerpo fue lastrado.
Y el silencio fue una vez más la banda sonora de su decadente existencia.

Sólo calla
No tiene ya con quién compartir su locura,
su incertidumbre y sus miedos.

Es por eso que cuando encuentra a alguien que le preste un mínimo de atención no deja de hablar.
Se ha vuelto un fantasma, un espectro.
Cosa que hace que sea transparente con cualquiera.

Cuando vuelve a su soledad
su conciencia la insulta por contar intimidades que no debe,
facilitando que la sociedad pueda herirla más.

Pero con la herida abierta
por más que quiera callar
no puede.

Ofrece un palo para que todos pinchen la llaga.
Vive en una lucha interna que no cesa.

Dudas, sueños, inseguridad, miedo, agobio, nervios.
Todos juntos espada en mano disputan por su salud mental
y no son conscientes de que en la batalla arrasan,
no liberan.

Las guerras traen consigo más bajas que libertad,
y es que ya muerto,
¿qué más da ser libre?

Si consigue quedar alguien libre en pie
que grite para ser oído bajo un nido de cadáveres.
Que juzgue por sí mismo si mereció la pena la lucha.

Ella grita, solloza, se golpea, escucha música, deja entrar y salir el silencio, lee, para, se tumba, mira por la ventana, bebe té, recapacita, cesa.

Siempre en la misma sala,
siempre sola.

No entiende cómo se ha llegado a ese punto ni sabe salir de él.
Cada vez que intenta empezar de cero
acaba como al principio.

Vive en un círculo vicioso de decadencia.
Intenta salir de él, pero su trágico destino es circular
como los nueve anillos de infierno.
Y así, Beatrice yace pálida esperando un rescate.