sábado, 23 de septiembre de 2017

Como cada mañana.

La luz entra por la ventana alumbrándote la cara.

Entornas los ojos y ves cómo la suave brisa mueve las cortinas.

Cierras los ojos de nuevo y sientes cálidas caricias en el brazo.

Te acurrucas entre las sábanas y prestas atención a los sonidos de la calle.

Coches, platos, voces a lo lejos y el sonido de tus cortinas al respirar.

Te invade una sensación de calma y nostalgia que te obliga a acurrucarte más.

Anhelas una mano en tu cintura y un beso en la espalda, a la altura del hombro.

Y te invade una profunda tristeza porque esa mano y ese beso son ahora de otra.

Abrazas tu almohada y te sientes pequeñita, desolada.

Piensas en las millones de personas que existen en el mundo y en que no te apetece ver a ninguna y a la vez ansías una mano y un beso.

Una lágrima se resbala por tu mejilla hasta la almohada.

Te levantas de la cama, te vistes y sacas una sonrisa falsa una vez más, como cada mañana.

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