martes, 24 de octubre de 2017

Cierra los ojos y, dime, ¿qué ves?

Cierra los ojos y, dime, ¿qué ves?

Un prado verde, sin árboles, y un cielo azul.
Me imagino en el centro del prado gritando a medio pulmón,
con los brazos extendidos hacia atrás,
el sol bronceando mi cara
y yo hirviendo de rabia.

Puedo ver cómo me canso.
Entonces me callo y me siento.
Miro a mi alrededor buscando algo que sé que no está.
Me tumbo y miro al cielo.
Es tan perfecto, sin una sola nube.

Me vuelve a invadir la rabia,
me incorporo y lloro.
El cielo es tan bonito y algún día dejaré de verlo.
El prado quedará para quien venga aquí a llorar
y yo me marcharé con las nubes.

Si pudiera contener mi rabia,
si pudiera saciar mis deseos,
si pudiera cumplir todo lo propuesto,
si pudiera abrazar mi miedo
mi existencia me sería menos inútil.

Somos educados para pensar en el futuro,
para prepararnos para lo que viene,
para luchar y trabajar duro.
Pero cuando nos damos cuenta del verdadero futuro,
ya es demasiado tarde y nunca nos preparan para él.

No podemos vivir eternamente,
pero tampoco podemos trabajar indefinidamente.
Nos conceden libertad cuando no nos podemos valer por nosotros mismos.
El resto del tiempo es cargar peso en la espalda
hasta que estamos tan cansados que caemos.

La vida está hecha de tal manera que,
cuando llegamos al final del camino,
estamos tan hartos que muchos ya no quieren seguir.
Es tan arduo el camino que algunos abandonan antes,
el peso es demasiado grande.

Y es algo natural, inevitablemente natural,
pero al fin y al cabo, duro.
No podemos cambiar lo imposible
y eso es tan triste que dan ganas de escupirlo por la boca,
de gritar de rabia.

Vemos cómo la vida se los lleva a todos
y no podemos hacer más que sentarnos en un sillón
mientras esperamos nuestro turno.
Nunca sabes cuándo será,
es un sorteo de vidas y muertes.

Unos llegan, otros se van.
El azar es el azar,
pero a todos todo les llegará.
Un día se les reparte su papeleta 
y al momento se desvanecen.

No dejan por aquí más que un recuerdo,
una huella que sólo perdura si se transmite.
Sin embargo, esas personas que recuerdan también se irán
y ya nadie sabrá que un día fuiste vida,
que un día eras tan real como este prado.

Me invade la rabia y vuelvo a gritar.
Lo único que permanecen son los escritos.
Si nadie quema tu historia, estará ahí,
esperando a que alguien la lea
y entonces sepa que alguien como tú fue real.

Cierro los ojos, los vuelvo a abrir y estoy en mi habitación.
Cojo una hoja y escribo aquello que quiero dejar aquí:
Lo que te dije y no sabes.
Así me gusta llamarlo,
Y es que cuando me vaya tú te irás conmigo.

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