Un hilo indestructible que permanece atado en nuestro dedo para siempre.
Un hilo rojo que, sin embargo, no podemos ver.
Dicen que ese hilo puede enredarse y desenredarse, ser más largo o más corto, pasar por unas
personas y otras hasta llegar a su destino.
Pero yo no tengo un hilo rojo, no lo creo.
Mi hilo es un sedal con anzuelo en ambas puntas.
Tira de mí haciéndome daño, sin saber por qué, y se enrosca alrededor de mi cuello.
Mi hilo no es un hilo suave y delicado, sino que hiere e incluso corta.
Y con la asfixia mi cerebro no distingue si ya ha llegado a ver el otro anzuelo o si es sólo un enredo más que tira fuertemente.
Demasiados enredos para una leyenda.
Y es que parece que no haya una persona a otro lado del hilo, sino un monstruo que enreda y enreda el hilo por donde quiere y que a veces da vueltas sobre lo mismo una y otra vez, apretando cada vez más y más para que siga liada con lo mismo sin posibilidad de salir.
Hay personas con hilos cortos de lana que se lo pasan bien porque el tacto hace cosquillas y llegan a su destino de forma feliz.
Pero mi hilo de pescar es tan duro y tenso que no lo puedo ni cortar ni aflojar.
Dicen que el hilo va directo al corazón; y es que es ahí donde más duele.
Donde sólo tú sientes, donde nadie lo puede ver.
Mi hilo, a pesar de ser un sedal, es rojo, sí, pero por la sangre que brota fruto del dolor de un destino maldito de leyenda.