martes, 25 de julio de 2017

El hilo rojo de pescar

Dicen que estamos unidos por un hilo rojo al amor de nuestra vida.

Un hilo indestructible que permanece atado en nuestro dedo para siempre.

Un hilo rojo que, sin embargo, no podemos ver.

Dicen que ese hilo puede enredarse y desenredarse, ser más largo o más corto, pasar por unas
personas y otras hasta llegar a su destino.

Pero yo no tengo un hilo rojo, no lo creo.

Mi hilo es un sedal con anzuelo en ambas puntas.

Tira de mí haciéndome daño, sin saber por qué, y se enrosca alrededor de mi cuello.

Mi hilo no es un hilo suave y delicado, sino que hiere e incluso corta.

Y con la asfixia mi cerebro no distingue si ya ha llegado a ver el otro anzuelo o si es sólo un enredo más que tira fuertemente.

Demasiados enredos para una leyenda.

Y es que parece que no haya una persona a otro lado del hilo, sino un monstruo que enreda y enreda el hilo por donde quiere y que a veces da vueltas sobre lo mismo una y otra vez, apretando cada vez más y más para que siga liada con lo mismo sin posibilidad de salir.

Hay personas con hilos cortos de lana que se lo pasan bien porque el tacto hace cosquillas y llegan a su destino de forma feliz.

Pero mi hilo de pescar es tan duro y tenso que no lo puedo ni cortar ni aflojar.

Dicen que el hilo va directo al corazón; y es que es ahí donde más duele.

Donde sólo tú sientes, donde nadie lo puede ver.

Mi hilo, a pesar de ser un sedal, es rojo, sí, pero por la sangre que brota fruto del dolor de un destino maldito de leyenda.