Entornas los ojos y ves cómo la suave brisa mueve las cortinas.
Cierras los ojos de nuevo y sientes cálidas caricias en el brazo.
Te acurrucas entre las sábanas y prestas atención a los sonidos de la calle.
Coches, platos, voces a lo lejos y el sonido de tus cortinas al respirar.
Te invade una sensación de calma y nostalgia que te obliga a acurrucarte más.
Anhelas una mano en tu cintura y un beso en la espalda, a la altura del hombro.
Y te invade una profunda tristeza porque esa mano y ese beso son ahora de otra.
Abrazas tu almohada y te sientes pequeñita, desolada.
Piensas en las millones de personas que existen en el mundo y en que no te apetece ver a ninguna y a la vez ansías una mano y un beso.
Una lágrima se resbala por tu mejilla hasta la almohada.
Te levantas de la cama, te vistes y sacas una sonrisa falsa una vez más, como cada mañana.