He vuelto a recaer, quizás.
La vida vuelve a ser lo mismo.
Mi cuerpo y mi mente me odian.
Se han unido para matarme.
No soy dueña de mis actos.
No controlo mis pensamientos.
Aniquilaría a mis rivales,
pero acabaría conmigo misma.
Me entregaría a los malos vicios,
desvaneciéndome poco a poco.
Pero no soy capaz,
aún me importo algo.
Bebería sin parar,
hasta quedarme inconsciente.
Pero no soy una alcohólica,
soy una bohemia.
Parecería una drogadicta
infectada de veneno.
Pero el drogarse es un acto de rebeldía contra el propio cuerpo.
No quiero rebelarme contra él,
solo que me entienda.
Aunque le grito,
no me escucha.
Aunque lo maltratara,
no mejoraría su actitud.
La mente lo tiene engatusado,
y esta no me quiere obedecer.
Son cómplices de mi desfallecimiento,
de mi subida y mi caída,
de mi estado,
de mi día a día,
Mi cuerpo y mi mente me odian,
y eso me tiene aterrada.
No poder salir de mí
ni poder permanecer siendo yo.
Resulta tétrico convivir así.
Mi cuerpo y mi mente me odian.
Se han unido para matarme.
Y yo no puedo luchar por mi vida contra mi vida.
miércoles, 26 de noviembre de 2014
Mi querido Libro.
Yo quería un buen libro
que me hablará de amor.
Siempre quise uno.
Por ello leí mucho.
Libros sin parar
y en gran variedad.
Algunos eran pésimos,
otros aparentemente buenos,
los demás no decían nada.
Había libros con atractivas portadas,
también con feas o raras,
pero por prejuicios los cerraba.
Unos atraían más,
otros menos;
pero ninguno tenía valor.
Pasaba el tiempo,
todos eran mediocres.
Pospuse mi proceso.
Me inicié en la lectura,
pero ahora en la absurda.
Me dejaba llevar; irracional.
Quería olvidar todo lo aprendido,
dejar de pensar por fin,
y ahora leer sin sentido.
En tal caos releí libros,
abrí los que permanecían cerrados,
arranqué y quemé páginas.
Entre hogueras, papeleras y trozos de papel;
entre desorden físico y mental;
entre agotamiento y locura.
Arañé portadas con las uñas,
mordí hojas con mis dientes,
aplasté todo lo inservible.
Estuve a punto de terminar,
rociándolo todo con gasolina,
sin leer ya más.
Entonces apareció mi Libro.
Uno que un día soportó mis prejuicios,
que no quise abrir.
Y, desde luego,
él no había querido ser leído por mí.
Resurgió en el tiempo y espacio correctos.
A mitad de mi desastre,
en medio de una biblioteca deshecha,
casi en ruinas por mi búsqueda.
El Libro perfecto que nunca acabaré.
Del que jamás me desharé
del que no me cansaré.
Y leeré página a página,
hasta que mi cuerpo no pueda más,
hasta que la vejez impida.
Será el Libro de mi vida.
Es el Libro de mi vida,
inmortal y perfecto.
Una historia que jamás morirá,
ni con su destrucción.
Porque los libros cuentan.
Vivos o muertos la historia es historia;
y la nuestra, querido Libro,
aún está por contar.
que me hablará de amor.
Siempre quise uno.
Por ello leí mucho.
Libros sin parar
y en gran variedad.
Algunos eran pésimos,
otros aparentemente buenos,
los demás no decían nada.
Había libros con atractivas portadas,
también con feas o raras,
pero por prejuicios los cerraba.
Unos atraían más,
otros menos;
pero ninguno tenía valor.
Pasaba el tiempo,
todos eran mediocres.
Pospuse mi proceso.
Me inicié en la lectura,
pero ahora en la absurda.
Me dejaba llevar; irracional.
Quería olvidar todo lo aprendido,
dejar de pensar por fin,
y ahora leer sin sentido.
En tal caos releí libros,
abrí los que permanecían cerrados,
arranqué y quemé páginas.
Entre hogueras, papeleras y trozos de papel;
entre desorden físico y mental;
entre agotamiento y locura.
Arañé portadas con las uñas,
mordí hojas con mis dientes,
aplasté todo lo inservible.
Estuve a punto de terminar,
rociándolo todo con gasolina,
sin leer ya más.
Entonces apareció mi Libro.
Uno que un día soportó mis prejuicios,
que no quise abrir.
Y, desde luego,
él no había querido ser leído por mí.
Resurgió en el tiempo y espacio correctos.
A mitad de mi desastre,
en medio de una biblioteca deshecha,
casi en ruinas por mi búsqueda.
El Libro perfecto que nunca acabaré.
Del que jamás me desharé
del que no me cansaré.
Y leeré página a página,
hasta que mi cuerpo no pueda más,
hasta que la vejez impida.
Será el Libro de mi vida.
Es el Libro de mi vida,
inmortal y perfecto.
Una historia que jamás morirá,
ni con su destrucción.
Porque los libros cuentan.
Vivos o muertos la historia es historia;
y la nuestra, querido Libro,
aún está por contar.
domingo, 2 de noviembre de 2014
Frío, silencio
Se oye el silencio.
De vez en cuando ladra un perro a lo lejos.
Se oye el silencio.
Cuántas personas estarán ahora en sus casas.
Huele a frío, a nostalgia.
Y todo esto lo cubrimos con una manta.
Se oye el silencio y tomamos café.
Callados y vendados de arriba a abajo.
En el sofá que no dice nada.
En el sofá que si hablara contaría mil cosas.
Nos delataría, pero no puede.
Y seguimos en silencio.
Miramos la taza, pensamos.
Qué frío hace fuera.
La gente seguirá en casa por meses.
El perro ya no ladra más.
Hace frío y nos sentimos nostálgicos.
Así sin motivo.
Nos gusta la vida,
nuestra preciosa vida.
Amamos dormir y volver a despertar,
mirando un día nuevo en los ojos del otro.
Huele frío, a nostalgia.
Y realmente no estás aquí.
Es solo el recuerdo de tenerte
en el sofá ya mencionado con un té o un café.
El abrazarnos sin decir nada,
saboreando juntos este ambiente melancólico y frío.
Se oye el silencio.
Huele a frío y a nostalgia.
No estás aquí.
Pero no importa.
Hoy no debemos vernos,
saborearé yo este instante por ti.
De vez en cuando ladra un perro a lo lejos.
Se oye el silencio.
Cuántas personas estarán ahora en sus casas.
Huele a frío, a nostalgia.
Y todo esto lo cubrimos con una manta.
Se oye el silencio y tomamos café.
Callados y vendados de arriba a abajo.
En el sofá que no dice nada.
En el sofá que si hablara contaría mil cosas.
Nos delataría, pero no puede.
Y seguimos en silencio.
Miramos la taza, pensamos.
Qué frío hace fuera.
La gente seguirá en casa por meses.
El perro ya no ladra más.
Hace frío y nos sentimos nostálgicos.
Así sin motivo.
Nos gusta la vida,
nuestra preciosa vida.
Amamos dormir y volver a despertar,
mirando un día nuevo en los ojos del otro.
Huele frío, a nostalgia.
Y realmente no estás aquí.
Es solo el recuerdo de tenerte
en el sofá ya mencionado con un té o un café.
El abrazarnos sin decir nada,
saboreando juntos este ambiente melancólico y frío.
Se oye el silencio.
Huele a frío y a nostalgia.
No estás aquí.
Pero no importa.
Hoy no debemos vernos,
saborearé yo este instante por ti.
Cuando la vida
Cuando la vida se convierte en un constante: quiero dormir, y tenemos tareas.
Cuando la vida se convierte en un constante: quiero reír, y debemos mantenernos serios.
Cuando la vida se convierte en un constante: quiero salir, y andamos encerrados entre papeles.
Cuando la vida se convierte en un constante: quiero viajar, y no tenemos dinero.
Cuando la vida se convierte en un constante: ¿qué sentido tiene esta vida?
Entonces todo se ve aún más negro y la vida se convierte en un constante miedo a vivir y morir.
Cuando la vida se convierte en un constante: miedo a vivir y morir, creemos que no queda nada.
Pero ahí es cuando la vida puede convertirse en un constante recuerdo de aquellos momentos felices que tuvimos, y ahí es cuando podemos crear otros pequeños recuerdos poco a poco.
Cuando la vida se convierte en un constante: recuerdo y un optimismo por cumplir minúsculos deseos, somos más felices.
Cuando la vida se convierte en una constante: felicidad, olvidamos lo negativo, nos sentimos llenos.
Cuando la vida se convierte en una constante: plenitud, nos va mejor.
Y cuando la vida se convierte en una constante: mejora, la vida deja de ser una constante.
Cuando la vida se convierte en un constante: quiero reír, y debemos mantenernos serios.
Cuando la vida se convierte en un constante: quiero salir, y andamos encerrados entre papeles.
Cuando la vida se convierte en un constante: quiero viajar, y no tenemos dinero.
Cuando la vida se convierte en un constante: ¿qué sentido tiene esta vida?
Entonces todo se ve aún más negro y la vida se convierte en un constante miedo a vivir y morir.
Cuando la vida se convierte en un constante: miedo a vivir y morir, creemos que no queda nada.
Pero ahí es cuando la vida puede convertirse en un constante recuerdo de aquellos momentos felices que tuvimos, y ahí es cuando podemos crear otros pequeños recuerdos poco a poco.
Cuando la vida se convierte en un constante: recuerdo y un optimismo por cumplir minúsculos deseos, somos más felices.
Cuando la vida se convierte en una constante: felicidad, olvidamos lo negativo, nos sentimos llenos.
Cuando la vida se convierte en una constante: plenitud, nos va mejor.
Y cuando la vida se convierte en una constante: mejora, la vida deja de ser una constante.
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