miércoles, 26 de noviembre de 2014

Mi querido Libro.

Yo quería un buen libro
que me hablará de amor.
Siempre quise uno.

Por ello leí mucho.
Libros sin parar
y en gran variedad.

Algunos eran pésimos,
otros aparentemente buenos,
los demás no decían nada.

Había libros con atractivas portadas,
también con feas o raras,
pero por prejuicios los cerraba.

Unos atraían más,
otros menos;
pero ninguno tenía valor.

Pasaba el tiempo,
todos eran mediocres.
Pospuse mi proceso.

Me inicié en la lectura,
pero ahora en la absurda.
Me dejaba llevar; irracional.

Quería olvidar todo lo aprendido,
dejar de pensar por fin,
y ahora leer sin sentido.

En tal caos releí libros,
abrí los que permanecían cerrados,
arranqué y quemé páginas.

Entre hogueras, papeleras y trozos de papel;
entre desorden físico y mental;
entre agotamiento y locura.

Arañé portadas con las uñas,
mordí hojas con mis dientes,
aplasté todo lo inservible.

Estuve a punto de terminar,
rociándolo todo con gasolina,
sin leer ya más.



Entonces apareció mi Libro.
Uno que un día soportó mis prejuicios,
que no quise abrir.

Y, desde luego, 
él no había querido ser leído por mí.
Resurgió en el tiempo y espacio correctos.

A mitad de mi desastre,
en medio de una biblioteca deshecha,
casi en ruinas por mi búsqueda.

El Libro perfecto que nunca acabaré.
Del que jamás me desharé
del que no me cansaré.

Y leeré página a página,
hasta que mi cuerpo no pueda más,
hasta que la vejez impida.

Será el Libro de mi vida.
Es el Libro de mi vida,
inmortal y perfecto.

Una historia que jamás morirá,
ni con su destrucción.
Porque los libros cuentan.

Vivos o muertos la historia es historia;
y la nuestra, querido Libro,
aún está por contar.

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