Serías el diablo, el rey de los infiernos.
Vivirías en un lugar ardiente y oscuro.
Pecarías y me tentarías a seguir tu ejemplo.
Caería en tu trampa, seguro.
Aún es más apetecible pecar por ti, contigo.
Me condenarías y me arrastrarías hacia tu ardiente terreno.
Y sabría que no hay salvación, o sí.
Y moriría a tu lado, y resucitaría en un suspiro, un beso o un orgasmo.
Y aunque resucitara y tuviera la oportunidad de rehacer mi vida de otro modo, volvería a pecar al instante.
Y pecaría durante un siglo si pudiese.
Cada hora, minuto y segundo en un continuo pecado que nunca acaba.
Amando lo que ambos sabemos y riendo de los pobres infelices que prefieren rendir culto a un ser que quizá no salve a nadie.
Viviremos esta vida como infieles y la siguiente, si es que hay otra.
Y aquellos infelices no vivirán ésta y quizás no tengan otra.
Y eso nos convierte en condenados satisfechos prisioneros del amor, pero sólo del nuestro.
Y te amaré y me amarás hasta que el fuego se apague y aún más allá.
Y viviremos así eternamente o hasta que esta vida arrase con nuestros cuerpos y quizá con nuestras almas.
Tú y yo en este infierno, ahora y siempre.
Hasta el final.
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