Vivimos tan conectados que no sabemos conectar.
Somos cuerpos vacíos que pasean arrastrando los pies.
Nos vemos en la necesidad de huir del gentío para sentirnos en paz.
Sin embargo, nos marchamos sin dejar de estar conectados y desconectar para conectar.
Queremos calma y nos llevamos guerras.
Hemos pasado a hacer de los viajes imágenes, sin oler las calles y escuchar sus sonidos.
Nos reunimos para hablar con las personas que no están ahí.
Necesitamos llenar nuestro tiempo con aparatos absurdos e ignoramos lo que de verdad necesitamos.
Y se empieza a apreciar más aquello que es artificial que las charlas bajo las estrellas.
Y así somos.
Tenemos miedo de los "apocalipsis zombies" sin darnos cuenta de que ese día ya ha llegado; y, nosotros, no devoramos cuerpos de forma masiva,
sino almas.
sábado, 4 de noviembre de 2017
martes, 24 de octubre de 2017
Cierra los ojos y, dime, ¿qué ves?
Cierra los ojos y, dime, ¿qué ves?
Un prado verde, sin árboles, y un cielo azul.
Me imagino en el centro del prado gritando a medio pulmón,
con los brazos extendidos hacia atrás,
el sol bronceando mi cara
y yo hirviendo de rabia.
Puedo ver cómo me canso.
Entonces me callo y me siento.
Miro a mi alrededor buscando algo que sé que no está.
Me tumbo y miro al cielo.
Es tan perfecto, sin una sola nube.
Me vuelve a invadir la rabia,
me incorporo y lloro.
El cielo es tan bonito y algún día dejaré de verlo.
El prado quedará para quien venga aquí a llorar
y yo me marcharé con las nubes.
Si pudiera contener mi rabia,
si pudiera saciar mis deseos,
si pudiera cumplir todo lo propuesto,
si pudiera abrazar mi miedo
mi existencia me sería menos inútil.
Somos educados para pensar en el futuro,
para prepararnos para lo que viene,
para luchar y trabajar duro.
Pero cuando nos damos cuenta del verdadero futuro,
ya es demasiado tarde y nunca nos preparan para él.
No podemos vivir eternamente,
pero tampoco podemos trabajar indefinidamente.
Nos conceden libertad cuando no nos podemos valer por nosotros mismos.
El resto del tiempo es cargar peso en la espalda
hasta que estamos tan cansados que caemos.
cuando llegamos al final del camino,
estamos tan hartos que muchos ya no quieren seguir.
Es tan arduo el camino que algunos abandonan antes,
el peso es demasiado grande.
Y es algo natural, inevitablemente natural,
pero al fin y al cabo, duro.
No podemos cambiar lo imposible
y eso es tan triste que dan ganas de escupirlo por la boca,
de gritar de rabia.
Vemos cómo la vida se los lleva a todos
y no podemos hacer más que sentarnos en un sillón
mientras esperamos nuestro turno.
Nunca sabes cuándo será,
es un sorteo de vidas y muertes.
Unos llegan, otros se van.
El azar es el azar,
pero a todos todo les llegará.
Un día se les reparte su papeleta
y al momento se desvanecen.
No dejan por aquí más que un recuerdo,
una huella que sólo perdura si se transmite.
Sin embargo, esas personas que recuerdan también se irán
y ya nadie sabrá que un día fuiste vida,
que un día eras tan real como este prado.
Me invade la rabia y vuelvo a gritar.
Lo único que permanecen son los escritos.
Si nadie quema tu historia, estará ahí,
esperando a que alguien la lea
y entonces sepa que alguien como tú fue real.
Cierro los ojos, los vuelvo a abrir y estoy en mi habitación.
Cojo una hoja y escribo aquello que quiero dejar aquí:
Lo que te dije y no sabes.
Así me gusta llamarlo,
Y es que cuando me vaya tú te irás conmigo.
sábado, 23 de septiembre de 2017
Como cada mañana.
La luz entra por la ventana alumbrándote la cara.
Entornas los ojos y ves cómo la suave brisa mueve las cortinas.
Cierras los ojos de nuevo y sientes cálidas caricias en el brazo.
Te acurrucas entre las sábanas y prestas atención a los sonidos de la calle.
Entornas los ojos y ves cómo la suave brisa mueve las cortinas.
Cierras los ojos de nuevo y sientes cálidas caricias en el brazo.
Te acurrucas entre las sábanas y prestas atención a los sonidos de la calle.
Coches, platos, voces a lo lejos y el sonido de tus cortinas al respirar.
Te invade una sensación de calma y nostalgia que te obliga a acurrucarte más.
Anhelas una mano en tu cintura y un beso en la espalda, a la altura del hombro.
Y te invade una profunda tristeza porque esa mano y ese beso son ahora de otra.
Abrazas tu almohada y te sientes pequeñita, desolada.
Piensas en las millones de personas que existen en el mundo y en que no te apetece ver a ninguna y a la vez ansías una mano y un beso.
Una lágrima se resbala por tu mejilla hasta la almohada.
Te levantas de la cama, te vistes y sacas una sonrisa falsa una vez más, como cada mañana.
domingo, 10 de septiembre de 2017
#
Son tiempos de guerra.
De qué decir, de qué dirán, de qué sucederá.
Nos someten e inundan a información a menudo confusa, a menudo errónea.
Sólo quien es crítico tiene la capacidad de mentir y desmentir, creer, defender sus propios ideales, alzarse y apartarse cuando crea que es correcto.
En fin, de ser fruto del sí y no del ello.
De qué decir, de qué dirán, de qué sucederá.
Nos someten e inundan a información a menudo confusa, a menudo errónea.
Sólo quien es crítico tiene la capacidad de mentir y desmentir, creer, defender sus propios ideales, alzarse y apartarse cuando crea que es correcto.
En fin, de ser fruto del sí y no del ello.
miércoles, 16 de agosto de 2017
La muerte de la Galera.
Tambores en el pecho,
serpientes en el estómago que pasean en círculo,
suben a escuchar los tambores, los alteran y bajan.
Las serpientes suben atraídas por la percusión,
se deslizan por el cuerpo con movimientos de arrastre.
Conforme se acercan, el tambor acelera más y más.
Lo rodean y la galera da órdenes de remar más rápido.
Las serpientes rodean el barco y vuelven a huir,
los tambores recuperan el ritmo y los remeros se calman.
Y así una y otra y otra vez.
No se divisa un isla jamás,
así que el tambor no cesa de tocar ni los esclavos de remar.
Décadas tocando y remando,
luchando contra serpientes marinas que suben y bajan
hasta que un día llega la paz.
El tamborilero cesa,
la tripulación deja sus remos
y las serpientes se desvanecen.
No se oye un sonido más en ese mar interno,
ese mundo expira y sólo quedan los restos de la magnífica galera que buscaba tierra firme
y que al fin halló su tierra en medio de la nada.
Y así el barco se va descomponiendo poco a poco
y sus restos hundidos son visitados por aquellos buceadores que le guardan respeto a la preciosa galera que un día surcó el mar de sus vidas.
serpientes en el estómago que pasean en círculo,
suben a escuchar los tambores, los alteran y bajan.
Las serpientes suben atraídas por la percusión,
se deslizan por el cuerpo con movimientos de arrastre.
Conforme se acercan, el tambor acelera más y más.
Lo rodean y la galera da órdenes de remar más rápido.
Las serpientes rodean el barco y vuelven a huir,
los tambores recuperan el ritmo y los remeros se calman.
Y así una y otra y otra vez.
No se divisa un isla jamás,
así que el tambor no cesa de tocar ni los esclavos de remar.
Décadas tocando y remando,
luchando contra serpientes marinas que suben y bajan
hasta que un día llega la paz.
El tamborilero cesa,
la tripulación deja sus remos
y las serpientes se desvanecen.
No se oye un sonido más en ese mar interno,
ese mundo expira y sólo quedan los restos de la magnífica galera que buscaba tierra firme
y que al fin halló su tierra en medio de la nada.
Y así el barco se va descomponiendo poco a poco
y sus restos hundidos son visitados por aquellos buceadores que le guardan respeto a la preciosa galera que un día surcó el mar de sus vidas.
martes, 25 de julio de 2017
El hilo rojo de pescar
Dicen que estamos unidos por un hilo rojo al amor de nuestra vida.
Un hilo indestructible que permanece atado en nuestro dedo para siempre.
Un hilo rojo que, sin embargo, no podemos ver.
Dicen que ese hilo puede enredarse y desenredarse, ser más largo o más corto, pasar por unas
personas y otras hasta llegar a su destino.
Pero yo no tengo un hilo rojo, no lo creo.
Mi hilo es un sedal con anzuelo en ambas puntas.
Tira de mí haciéndome daño, sin saber por qué, y se enrosca alrededor de mi cuello.
Mi hilo no es un hilo suave y delicado, sino que hiere e incluso corta.
Y con la asfixia mi cerebro no distingue si ya ha llegado a ver el otro anzuelo o si es sólo un enredo más que tira fuertemente.
Demasiados enredos para una leyenda.
Y es que parece que no haya una persona a otro lado del hilo, sino un monstruo que enreda y enreda el hilo por donde quiere y que a veces da vueltas sobre lo mismo una y otra vez, apretando cada vez más y más para que siga liada con lo mismo sin posibilidad de salir.
Hay personas con hilos cortos de lana que se lo pasan bien porque el tacto hace cosquillas y llegan a su destino de forma feliz.
Pero mi hilo de pescar es tan duro y tenso que no lo puedo ni cortar ni aflojar.
Dicen que el hilo va directo al corazón; y es que es ahí donde más duele.
Donde sólo tú sientes, donde nadie lo puede ver.
Mi hilo, a pesar de ser un sedal, es rojo, sí, pero por la sangre que brota fruto del dolor de un destino maldito de leyenda.
Un hilo indestructible que permanece atado en nuestro dedo para siempre.
Un hilo rojo que, sin embargo, no podemos ver.
Dicen que ese hilo puede enredarse y desenredarse, ser más largo o más corto, pasar por unas
personas y otras hasta llegar a su destino.
Pero yo no tengo un hilo rojo, no lo creo.
Mi hilo es un sedal con anzuelo en ambas puntas.
Tira de mí haciéndome daño, sin saber por qué, y se enrosca alrededor de mi cuello.
Mi hilo no es un hilo suave y delicado, sino que hiere e incluso corta.
Y con la asfixia mi cerebro no distingue si ya ha llegado a ver el otro anzuelo o si es sólo un enredo más que tira fuertemente.
Demasiados enredos para una leyenda.
Y es que parece que no haya una persona a otro lado del hilo, sino un monstruo que enreda y enreda el hilo por donde quiere y que a veces da vueltas sobre lo mismo una y otra vez, apretando cada vez más y más para que siga liada con lo mismo sin posibilidad de salir.
Hay personas con hilos cortos de lana que se lo pasan bien porque el tacto hace cosquillas y llegan a su destino de forma feliz.
Pero mi hilo de pescar es tan duro y tenso que no lo puedo ni cortar ni aflojar.
Dicen que el hilo va directo al corazón; y es que es ahí donde más duele.
Donde sólo tú sientes, donde nadie lo puede ver.
Mi hilo, a pesar de ser un sedal, es rojo, sí, pero por la sangre que brota fruto del dolor de un destino maldito de leyenda.
domingo, 4 de junio de 2017
Nuestras tormentas nocturnas
La ventana está abierta.
Se oyen grillos y algún coche pasar.
Mi oído ausculta tu pecho y mi pierna izquierda está enroscada con la tuya.
Estamos a oscuras.
Sólo las luces pasajeras de los turismos iluminan de vez en cuando la habitación.
Y comienza a llover de pronto, a mares.
Suena un trueno y un relámpago enciende nuestra penumbra.
Te miro a los ojos y me besas la frente.
La tormenta fuera y dentro de casa.
Empieza a mitad de noche, sin más.
La lluvia golpea el tejado, yo araño tu espalda.
Oímos el fuerte choque del agua contra el asfalto y nos sentimos extasiados.
Vuelves a besarme y te acurrucas en mi pecho.
Acaricio tu mejilla y suena otro trueno.
Fuera la tormenta arrasa, pero nosotros permanecemos inmunes.
No queremos ver qué sucede en realidad ni enfrentarnos a ello.
Por eso vivimos en nuestra habitación, con las luces apagadas y las piernas enroscadas.
Sólo las luces pasajeras de los turismos iluminan de vez en cuando la habitación.
Se oyen grillos y algún coche pasar.
Mi oído ausculta tu pecho y mi pierna izquierda está enroscada con la tuya.
Estamos a oscuras.
Sólo las luces pasajeras de los turismos iluminan de vez en cuando la habitación.
Y comienza a llover de pronto, a mares.
Suena un trueno y un relámpago enciende nuestra penumbra.
Te miro a los ojos y me besas la frente.
La tormenta fuera y dentro de casa.
Empieza a mitad de noche, sin más.
La lluvia golpea el tejado, yo araño tu espalda.
Oímos el fuerte choque del agua contra el asfalto y nos sentimos extasiados.
Vuelves a besarme y te acurrucas en mi pecho.
Acaricio tu mejilla y suena otro trueno.
Fuera la tormenta arrasa, pero nosotros permanecemos inmunes.
No queremos ver qué sucede en realidad ni enfrentarnos a ello.
Por eso vivimos en nuestra habitación, con las luces apagadas y las piernas enroscadas.
Sólo las luces pasajeras de los turismos iluminan de vez en cuando la habitación.
domingo, 28 de mayo de 2017
Povera Beatrice
Ella ama la libertad.
Sueña con dejar caer los párpados y echar a volar.
Ella es un alma oprimida por su propia voluntad.
Sueña con viajes a solas,
con cenas en compañía de su silencio bajo la luz de la luna.
Pero no lo hace.
Desea ser libre y, de algún modo, lo es.
Pero no quiere estar sola.
Desea algo que no sabe afrontar.
Y así pasa sus días enjaulada con el espíritu apagado,
con la mirada caída y el cuerpo cansado.
No quiere soledad, pero no soporta a la sociedad.
Por culpa de su hipersensibilidad se ha vuelto un tanto crítica, antisocial e irónica.
No soporta a la gente,
y sabe que la gente no la soporta a ella;
y eso, duele.
Ella encontró a la única persona que le daba fuerza, ganas de vivir.
Un ser con la capacidad de alzar sus pómulos.
Con la capacidad de darle brillo a su profunda oscuridad.
Ella comenzó a creer de nuevo en la vida,
y se entregó a los placeres más banales olvidando sus sueños individuales,
pensando en la comunidad.
Ella volvió a ser abandonada,
su cuerpo fue lastrado.
Y el silencio fue una vez más la banda sonora de su decadente existencia.
Sólo calla
No tiene ya con quién compartir su locura,
su incertidumbre y sus miedos.
Es por eso que cuando encuentra a alguien que le preste un mínimo de atención no deja de hablar.
Se ha vuelto un fantasma, un espectro.
Cosa que hace que sea transparente con cualquiera.
Cuando vuelve a su soledad
su conciencia la insulta por contar intimidades que no debe,
facilitando que la sociedad pueda herirla más.
Pero con la herida abierta
por más que quiera callar
no puede.
Ofrece un palo para que todos pinchen la llaga.
Vive en una lucha interna que no cesa.
Dudas, sueños, inseguridad, miedo, agobio, nervios.
Todos juntos espada en mano disputan por su salud mental
y no son conscientes de que en la batalla arrasan,
no liberan.
Las guerras traen consigo más bajas que libertad,
y es que ya muerto,
¿qué más da ser libre?
Si consigue quedar alguien libre en pie
que grite para ser oído bajo un nido de cadáveres.
Que juzgue por sí mismo si mereció la pena la lucha.
Ella grita, solloza, se golpea, escucha música, deja entrar y salir el silencio, lee, para, se tumba, mira por la ventana, bebe té, recapacita, cesa.
Siempre en la misma sala,
siempre sola.
No entiende cómo se ha llegado a ese punto ni sabe salir de él.
Cada vez que intenta empezar de cero
acaba como al principio.
Vive en un círculo vicioso de decadencia.
Intenta salir de él, pero su trágico destino es circular
como los nueve anillos de infierno.
Y así, Beatrice yace pálida esperando un rescate.
Sueña con dejar caer los párpados y echar a volar.
Ella es un alma oprimida por su propia voluntad.
Sueña con viajes a solas,
con cenas en compañía de su silencio bajo la luz de la luna.
Pero no lo hace.
Desea ser libre y, de algún modo, lo es.
Pero no quiere estar sola.
Desea algo que no sabe afrontar.
Y así pasa sus días enjaulada con el espíritu apagado,
con la mirada caída y el cuerpo cansado.
No quiere soledad, pero no soporta a la sociedad.
Por culpa de su hipersensibilidad se ha vuelto un tanto crítica, antisocial e irónica.
No soporta a la gente,
y sabe que la gente no la soporta a ella;
y eso, duele.
Ella encontró a la única persona que le daba fuerza, ganas de vivir.
Un ser con la capacidad de alzar sus pómulos.
Con la capacidad de darle brillo a su profunda oscuridad.
Ella comenzó a creer de nuevo en la vida,
y se entregó a los placeres más banales olvidando sus sueños individuales,
pensando en la comunidad.
Ella volvió a ser abandonada,
su cuerpo fue lastrado.
Y el silencio fue una vez más la banda sonora de su decadente existencia.
Sólo calla
No tiene ya con quién compartir su locura,
su incertidumbre y sus miedos.
Es por eso que cuando encuentra a alguien que le preste un mínimo de atención no deja de hablar.
Se ha vuelto un fantasma, un espectro.
Cosa que hace que sea transparente con cualquiera.
Cuando vuelve a su soledad
su conciencia la insulta por contar intimidades que no debe,
facilitando que la sociedad pueda herirla más.
Pero con la herida abierta
por más que quiera callar
no puede.
Ofrece un palo para que todos pinchen la llaga.
Vive en una lucha interna que no cesa.
Dudas, sueños, inseguridad, miedo, agobio, nervios.
Todos juntos espada en mano disputan por su salud mental
y no son conscientes de que en la batalla arrasan,
no liberan.
Las guerras traen consigo más bajas que libertad,
y es que ya muerto,
¿qué más da ser libre?
Si consigue quedar alguien libre en pie
que grite para ser oído bajo un nido de cadáveres.
Que juzgue por sí mismo si mereció la pena la lucha.
Ella grita, solloza, se golpea, escucha música, deja entrar y salir el silencio, lee, para, se tumba, mira por la ventana, bebe té, recapacita, cesa.
Siempre en la misma sala,
siempre sola.
No entiende cómo se ha llegado a ese punto ni sabe salir de él.
Cada vez que intenta empezar de cero
acaba como al principio.
Vive en un círculo vicioso de decadencia.
Intenta salir de él, pero su trágico destino es circular
como los nueve anillos de infierno.
Y así, Beatrice yace pálida esperando un rescate.
domingo, 19 de febrero de 2017
Cuando vamos en tren
Está medio dormida.
La veo bostezar en medio del silencio.
Barbilla sobre mano y codo en la ventana.
Es pronto y el calor del ambiente abruma.
Vemos verde; paisajes que se acercan a unos 100km/h saludando y se van de golpe.
Una estación, dos, tres...
Fuera hará frío, lo sé.
Podemos ver el color gris del cielo y la fina niebla que salvaguarda los prados.
Estamos tan bien resguardados.
Somos espectadores de una explosión de tonalidades frías y de ramas deshojadas que contrastan en medio de un folio de papel reciclado.
Sólo se oye el motor; un sonido suave y cautivador.
Pura música para trabajadores y viajeros que van y vienen constantemente.
El tren se para.
Unos bajan, otros suben y continúa la película.
Casas, prado, bosque, de nuevo prado, bosque, stop.
Somos felices en nuestra representación, en nuestra rápida sucesión de diapositivas.
Parece que volvamos a la época del cine mudo con tal rapidez en la imagen y tal escasez de audio.
La pianola es el motor y el sonido de los raíles cuando el maquinista comienza a aminorar el paso, dándonos tiempo para despedirnos al menos de aquellos lugares que más adelante no volveremos a ver.
Apoya la mejilla en la ventana y cierra los ojos.
Sé lo que imagina.
Desea sentir el gélido cristal en su cara para creer que se encuentra fuera.
Se cree que recorre esos prados que se han sucedido ante sus ojos.
Nos imagina fuera corriendo y revolcándonos como niños con la nariz y las mejillas color cereza.
Seguro que quiere que la abrace, pero ya no dice lo que siente.
Hace tiempo que intenta engañarse y autoconvencerse de que no necesita afecto.
Ha sufrido.
Se nota cuando calla y no levanta la vista.
Quiere ser fuerte, independiente; por eso no la abrazo.
Respeto que evite la debilidad.
Despega la cara de la pantalla, la tiene pálida como el paisaje.
Yo también cierro los ojos y me invade desde los párpados hasta la boca del estómago una corriente que baja, sube y da vueltas alrededor de mi pecho como si estuviera bailando una danza indígena.
Siento como esos microscópicos primitivos invocan a mis sentimientos.
Parece que bailen la danza de la lluvia, pues me incitan a llorar.
Respiro hondo y abro los ojos.
Ella sigue mirando por la ventana, ausente del mundo sensible.
Vivimos en esta cueva rodeada de sombras engañosas, pero nuestra alma y nuestra mente se encuentran fuera, ante la luz de las ideas.
Y es por eso que somos seres aparentemente sin vida.
Nos movemos a duras penas por la cueva y tropezamos porque aquello que nos guiaría mínimamente en las tinieblas no está aquí, sino fuera.
Me gusta viajar en tren con ella.
Nadie me contradice tanto ni me hace reflexionar tanto sin siquiera despegar los labios.
Ella es increíble y es frustrante que nadie más nos entienda.
Somos una, y esta conexión no es posible con nadie más.
Llegamos a nuestro destino, me levanto y me voy.
A la vuelta seguimos hablando.
La veo bostezar en medio del silencio.
Barbilla sobre mano y codo en la ventana.
Es pronto y el calor del ambiente abruma.
Vemos verde; paisajes que se acercan a unos 100km/h saludando y se van de golpe.
Una estación, dos, tres...
Fuera hará frío, lo sé.
Podemos ver el color gris del cielo y la fina niebla que salvaguarda los prados.
Estamos tan bien resguardados.
Somos espectadores de una explosión de tonalidades frías y de ramas deshojadas que contrastan en medio de un folio de papel reciclado.
Sólo se oye el motor; un sonido suave y cautivador.
Pura música para trabajadores y viajeros que van y vienen constantemente.
El tren se para.
Unos bajan, otros suben y continúa la película.
Casas, prado, bosque, de nuevo prado, bosque, stop.
Somos felices en nuestra representación, en nuestra rápida sucesión de diapositivas.
Parece que volvamos a la época del cine mudo con tal rapidez en la imagen y tal escasez de audio.
La pianola es el motor y el sonido de los raíles cuando el maquinista comienza a aminorar el paso, dándonos tiempo para despedirnos al menos de aquellos lugares que más adelante no volveremos a ver.
Apoya la mejilla en la ventana y cierra los ojos.
Sé lo que imagina.
Desea sentir el gélido cristal en su cara para creer que se encuentra fuera.
Se cree que recorre esos prados que se han sucedido ante sus ojos.
Nos imagina fuera corriendo y revolcándonos como niños con la nariz y las mejillas color cereza.
Seguro que quiere que la abrace, pero ya no dice lo que siente.
Hace tiempo que intenta engañarse y autoconvencerse de que no necesita afecto.
Ha sufrido.
Se nota cuando calla y no levanta la vista.
Quiere ser fuerte, independiente; por eso no la abrazo.
Respeto que evite la debilidad.
Despega la cara de la pantalla, la tiene pálida como el paisaje.
Yo también cierro los ojos y me invade desde los párpados hasta la boca del estómago una corriente que baja, sube y da vueltas alrededor de mi pecho como si estuviera bailando una danza indígena.
Siento como esos microscópicos primitivos invocan a mis sentimientos.
Parece que bailen la danza de la lluvia, pues me incitan a llorar.
Respiro hondo y abro los ojos.
Ella sigue mirando por la ventana, ausente del mundo sensible.
Vivimos en esta cueva rodeada de sombras engañosas, pero nuestra alma y nuestra mente se encuentran fuera, ante la luz de las ideas.
Y es por eso que somos seres aparentemente sin vida.
Nos movemos a duras penas por la cueva y tropezamos porque aquello que nos guiaría mínimamente en las tinieblas no está aquí, sino fuera.
Me gusta viajar en tren con ella.
Nadie me contradice tanto ni me hace reflexionar tanto sin siquiera despegar los labios.
Ella es increíble y es frustrante que nadie más nos entienda.
Somos una, y esta conexión no es posible con nadie más.
Llegamos a nuestro destino, me levanto y me voy.
A la vuelta seguimos hablando.
Reflexión sobre el lenguaje y la política
¿Por qué hay que recurrir a un lenguaje pomposo y artificial para que te consideren más inteligente y una persona más seria? Las posibilidades de nuestro vocablo son infinitas. Sin embargo, parece dársele más importancia a aquel que deforma el lenguaje cotidiano a favor de la ambigüedad y la ocultación. Pues bien, ese lenguaje sobrecargado de términos a menudo desconocidos y enrevesados, no debería ser visto como superior al propio lenguaje cotidiano. Es decir, el lenguaje cotidiano es directo y dice exactamente lo que quiere decir y, por el contrario, el lenguaje "elevado" es puro artificio y esconde una serie de opiniones y elementos mediante el vocabulario forzado y la retórica. Este es el vocabulario que utilizan los políticos y todo el mundo les toma en serio, "hablan tan bien que lo que dicen debe ser cierto". Utilizan cultismos, anglicismos y otro tipo de "ismos" para decir algo que parezca inteligente, serio, elegante y formal cuando, realmente, a menudo tras toda esta retahíla antinaturalista, después de haber convencido a las masas, las personas con un poco más de interés y capacidad crítica reflexionan y llegan a la conclusión "¿Realmente en sus 2 horas de entrevista ha respondido a alguna de las cuestiones o ha dado algún tipo de aclaración?".
El lenguaje elevado es, a menudo, la forma de expresarse de la gente con clase y cultura, la cual no puede/quiere molestarse en hablar como el pueblo y, por otro lado tenemos a nuestros adorables políticos, los cuales han escogido este lenguaje elevado propio de una novela literaria y le han dado forma hasta quitarle contenido. De Platón o Aristóteles no habrán aprendido, pero la teoría de los Sofistas la han seguido al dedillo y las masas siguen aplaudiendo a sus palabras vacías y a sus bolsillos llenos. ¿Cuándo va a alzarse el pueblo y protestar por sus derechos?, ¿Cuándo va a terminar esta triste novela picaresca propia de personajes como Till Eulenspiegel o Lázaro de Tormes?. ¿Necesitamos que el Presidente del Gobierno marque un gol para levantarnos?
El lenguaje elevado es, a menudo, la forma de expresarse de la gente con clase y cultura, la cual no puede/quiere molestarse en hablar como el pueblo y, por otro lado tenemos a nuestros adorables políticos, los cuales han escogido este lenguaje elevado propio de una novela literaria y le han dado forma hasta quitarle contenido. De Platón o Aristóteles no habrán aprendido, pero la teoría de los Sofistas la han seguido al dedillo y las masas siguen aplaudiendo a sus palabras vacías y a sus bolsillos llenos. ¿Cuándo va a alzarse el pueblo y protestar por sus derechos?, ¿Cuándo va a terminar esta triste novela picaresca propia de personajes como Till Eulenspiegel o Lázaro de Tormes?. ¿Necesitamos que el Presidente del Gobierno marque un gol para levantarnos?
domingo, 5 de febrero de 2017
Me gusta el café
Me gusta el café porque sabe a melancolía.
Ese café oscuro, amargo, de tardes frías.
Es tan simbólico.
Le pongo dos cucharaditas de azúcar, para hacer mi día más dulce, y mucha leche para quitar del todo la amargura de su sabor y el triste color negro.
Sé que así no es tan "café", pero queda tan suave y es tan agradable.
El café es mi respiro, mi "déjalo estar", así que no quiero un chupito, quiero una taza enorme que me dé para pensar en otra cosa unos minutos.
Bebo café y miro por la ventana imaginando universos imposibles y caminos que se cruzan y se vuelven a alejar.
Me acuerdo de ti, de cuando bebíamos café.
Por aquellos días el café era por la mañana.
Abría los ojos y ahí estabas tú.
Preparábamos café con azúcar y mucha leche en tazas enormes.
Nos gustaba disfrutar de las pequeñas cosas a lo grande.
A veces te llevaba yo el café a la cama, otras veces lo hacías tú.
Entonces me pongo aún más melancólica, suspiro, y pienso "¿por qué nos hacemos esto?"
Me gusta el café porque sabe a melancolía, a ti.
Y cuando termino mi taza siempre queda ese sabor dulce al fondo por el azúcar que no se diluyó.
Ese último recuerdo dulce y después la taza vuelve a estar vacía.
Siempre quiero más café cuando termino, pero no puedo tomar más, sino altero mis nervios.
Ojalá pudiéramos tomar todo el café que quisiéramos, ¿verdad?
Me gusta el café porque no es sólo café, eres tú.
Ese café oscuro, amargo, de tardes frías.
Es tan simbólico.
Le pongo dos cucharaditas de azúcar, para hacer mi día más dulce, y mucha leche para quitar del todo la amargura de su sabor y el triste color negro.
Sé que así no es tan "café", pero queda tan suave y es tan agradable.
El café es mi respiro, mi "déjalo estar", así que no quiero un chupito, quiero una taza enorme que me dé para pensar en otra cosa unos minutos.
Bebo café y miro por la ventana imaginando universos imposibles y caminos que se cruzan y se vuelven a alejar.
Me acuerdo de ti, de cuando bebíamos café.
Por aquellos días el café era por la mañana.
Abría los ojos y ahí estabas tú.
Preparábamos café con azúcar y mucha leche en tazas enormes.
Nos gustaba disfrutar de las pequeñas cosas a lo grande.
A veces te llevaba yo el café a la cama, otras veces lo hacías tú.
Entonces me pongo aún más melancólica, suspiro, y pienso "¿por qué nos hacemos esto?"
Me gusta el café porque sabe a melancolía, a ti.
Y cuando termino mi taza siempre queda ese sabor dulce al fondo por el azúcar que no se diluyó.
Ese último recuerdo dulce y después la taza vuelve a estar vacía.
Siempre quiero más café cuando termino, pero no puedo tomar más, sino altero mis nervios.
Ojalá pudiéramos tomar todo el café que quisiéramos, ¿verdad?
Me gusta el café porque no es sólo café, eres tú.
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lunes, 30 de enero de 2017
Reflexión sobre la locura
Locura, qué palabra tan ambigua, ¿verdad? Para algunos la locura puede ser el hecho de romper los esquemas, de decir "me marcho". Un estar completamente agotado de la vida diaria y pensar "voy a hacer una locura", y lo ves como algo positivo, beneficioso para tu salud mental. Es como una pausa, un punto y aparte, un no pensar en las consecuencias por un momento y lanzarse de cabeza para divertirse un poco y desconectar.
Sin embargo, para esas personas rígidas, estrictas, "capadas", sin ningún tipo de motivación ni fin, la locura es sólo una enfermedad mental, es decir, todo lo contrario. Se pasa de un retiro espiritual a un manicomio. Este tipo de personas son las que cuando ven a alguien haciendo una estupidez que le hace feliz, piensan "¿no le da vergüenza?" o "debería estar centrado haciendo otras cosas más útiles". Pues bien, ¿qué decir sobre los seguidores de la corriente "vive menos, trabaja más"? ¿No se cansan de ser tan pesimistas, arrogantes, cuadriculados, serios y aguafiestas? No debemos dejar que un grupo tan sombrío nos hunda en el fondo del océano. Estas personas insatisfechas, no disfrutan de su vida ni saben hacerlo y, por ello, toman como misión no dejar que el resto disfrute ante su propia incapacidad. Pero, ¿qué pasaría si todo fuéramos como ellos? ¿Y si el ser humano fuera tan extremadamente racional y, por tanto, no hiciera nada por impulso o dejándose llevar por el corazón?
La sociedad necesita pequeños locos. ¿Cómo hemos evolucionado sino? ¿Por qué tenemos luz y agua en nuestras casa? Porque a algún "loco" se le ocurrió que se podía transportar el agua y que necesitaríamos iluminación. ¿Y qué me decís de volar? ¿Quién habría imaginado hace un par de siglos poder surcar por encima de las nubes sin siquiera despeinarse? Fueron ideas de locos, de inconformistas que dijeron "no, yo creo que lo establecido no basta". Probablemente cuando los hermanos Wright dijeron que iban a crear un aparato capaz de volar, muchos no les creyeron, o puede que les dijeran que dejaran de hacer tonterías y que eso no era posible. ¿Y bien?
La locura es para los creativos, para los valientes, los que rompen esquemas. En cuanto a la rigidez mental... para gente mediocre que siente la necesidad de seguir unas normas estrictas y que con la ruptura de la más mínima norma que lleve fuera de la rutina se vea envuelta en el mismísimos caos y el desorden mundial.
domingo, 29 de enero de 2017
Etiquetas
Etiquetas.
¿Por qué nos hacen usar etiquetas? La gente guapa debe salir supuestamente con gente guapa, la gente fea con gente fea, la gente gorda con gente gorda, blancos con blancos, negros con negros, hombres con mujeres. Y si mezclamos etiquetas todos preguntan: ¿Qué hace una persona así con una persona como esa?
La sociedad va de revolucionaria y moderna, pero luego no soporta los cambios ni las mezclas cuando se dan. La sociedad nos etiqueta en una cinta transportadora, como en una cadena de montaje. De uno en uno van pasando todos por esa cinta desde la infancia. Gordo, feo, bajito, tetona, gay, calzonazos, friki... une etiqueta para ti y otra para el siguiente, todos en la fila, no os salgáis de la cola, porque si os salís también os pondrán etiqueta aunque sea de ausente, rezagado, aislado o tímido. Nos marcan para toda la vida como al ganado y nosotros asumimos ese rol, imposibilitando el cambio. Después vienen los "no voy a hablarle a esa persona porque yo tengo la etiqueta de gorda y él de guaperas" o "no podría salir con ella porque es popular y yo friki". La inseguridad, las dudas, la baja autoestima, los calentamientos de cabeza, la imposibilidad de avanzar, el miedo... Todo por una simple etiqueta de fábrica que se podría arrancar con las manos o incluso tapar con otra etiqueta como hacen muchas empresas hoy en día, suprimiendo todo origen y característica. Estamos tan pendientes del resto que olvidamos qué queremos ser y pasamos a ser qué creen que soy o cómo quieren que sea. Y con las redes sociales esto no ha mejorado sino que ahora, además, necesitamos la aprobación de nuestros seguidores, de aquellos seguidores que nos etiquetan y deciden si aprueban nuestro modo de llevar la etiqueta o no. Estamos expuestos constantemente a un César en el centro de un coliseo romano y su "like" o "dislike" marca nuestra seguridad, nuestras dudas y nuestra autoestima. Estamos pendientes de si hemos gustado o si deberíamos cambiar para agradar más al César. Queremos la aprobación de aquellos que nos han etiquetado y de ese modo nos reafirmamos en nuestro rol y lo vamos perfeccionando.
Vivimos en un mundo absurdo y caótico de opiniones vacías en cabezas huecas y nos importa más lo que diga una panda de borregos guiados por un Iphone que lo que nosotros mismos opinamos. Mi etiqueta va a ser de inconformista y esta me la pongo yo misma y la cambiaré, combinaré, romperé o quemaré cuando me venga en gana, pero no voy a depender de ella para buscar aprobación.
martes, 17 de enero de 2017
Crítica a la crítica de las letras
Para todos aquellos que opinan que las letras son algo superfluo y que, por tanto, estudiar letras es perder el tiempo, ya que además de ser muy sencillas tienen poca utilidad y salida en el mundo laboral.
Decidme una cosa. ¿Para lanzar esta bestial crítica sin trasfondo, qué utilizáis? ¿En vuestro día a día cómo os comunicáis? ¿Qué es lo primero que aprendisteis sin siquiera ir a la escuela? ¿Qué os ha llevado a estudiar lo que estudiáis o a trabajar en lo que trabajáis? ¿A través de qué aprendéis en la escuela? De libros, de profesores, de letras al fin y al cabo. ¿Podéis decirme ya si las letras son útiles?
El ser humano sin un idioma no es capaz de pensar y desarrollarse. Antes de la aparición del lenguaje éramos animales incapaces de evolucionar por no poder comunicarnos. Sin un lenguaje no podemos pensar. ¿Habéis pensado alguna vez sin palabras en vuestra mente? Si se quiere seguir adelante es necesario tener un lenguaje, letras, y, por tanto, es necesario que existan las personas adecuadas capaces de hacer un uso correcto de él. Sino, ¿quién va a mantener nuestro lenguaje limpio? ¿Quién va a transmitirlo, a reformularlo, a renovarlo? ¿Vuestras estrellas televisivas? ¿Belén Esteban acaso? Dicen que ha escrito un libro, sin duda ella también es una chica de letras, ¿verdad?
Para dedicarse a las letras es necesaria una sensibilidad especial, una reflexión y una eterna duda. Cualquiera no puede ejercer este tipo de trabajo. Si no tienes el don de la expresión ni la capacidad de análisis interno, de autocorrección, de crítica, de almacenamiento, de convicción, de transmisión de ideales, etc., lo siento. Las letras no son algo puramente objetivo como ocurre en otros campos, son algo infinito, variable. Nunca acabas de estudiar letras, ya que estas se mueven, aparecen y desaparecen, existen en la soledad de un rincón o se muestran a la luz. Las letras, al fin y al cabo, son la base que sustenta el resto de campos, así que, en lugar de despreciarlas y quitarles prestigio, cuando alguien diga "estudio letras" la reacción no debería ser "oh, qué fácil" o "¿Y qué salida tiene eso?", sino que deberíais echar la vista atrás y recordar, si es que lo sabéis, que gracias a la filología y a aquellas personas que han transmitido la lengua mediante escritos a lo largo de los siglos podéis permitiros el lujo hoy de pensar semejantes memeces.
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